Las girls se iban extraviando a lo lejos, introduciéndose al edificio, volteé antes para verlas todo mal sentado, achacoso, fijándome en sus fachas de costumbre, de repente sentí que me acongojaba abandonarlas, es que en mis adentros aseguraba que sería para siempre, me fruncí e inmovilicé el ligero palpitar de mi ojos melancólicos para que el taxista no joda y liberando mi cabeza de las pasadas centurias en las cuales nos habíamos vacilado ellas y yo, penetrado, bebido y chorreado de sus pezones, sudor y los elíxires de sus gemidos, imputaciones, bravuconerías y escombros de personas que ellas dejaban tras sus pasos tan comprometidas con el error.
El taxista que tenía cara de atraso a lo que pasaba se dio la media vuelta y empezó la retirada hacia mis aposentos y yo iba tan apestoso, tan disminuido pensando en la inestabilidad de mi vida, abandonado por elección tras fracasos matrimoniales, tras estas metamorfosis crueles y mala voluntad, tras tanto ostracismo, ocultamiento a la verdad de lo que en realidad hay que vivir hay que sopesar así nos colme de desestima, hay que convivir y compartir con tanto ser ridículo, con tanto pretencioso, con la ineptitud e idiotez universal, con tanta ignorancia, con tantas bombas, con tantas electrocuciones humanas, con tanta aniquilación y experimentos, con tantas ventas a los sonsos habitantes, pero ya era mi costumbre pensar así que respire hondo y saque mi cabeza por la ventana, había apagado la música ya que se había ido el alboroto procedente de las piernonas criaturas.
En eso me cayó del cielo un polvo abundante que identifique al instante como cocaína de la mejor calidad, en fin no era lo mío así que me la sacudí rápidamente cuanto pude y hasta se la tiré al taxista que me había estado mirando envidioso, quedó tirada también por todo el carro tapizado de cuero con piel de dinosaurio clonado, ya después me encargo yo de limpiarlo! exclamó , seguro que si le respondí. En este carro de 1000 km hora habíamos volado a mi hogar, muy alejado, en una provincia en el hemisferio sur, muy rocoso, muy desértico, menos jodido, mas vaquero, al cual llenaba con músicas de sinfónicas, con lo quebrado que se escuchaba los sonidos de unos discos de punk que habían sobrevivido al exterminio, era una residencia media en ruinas pero bien dispuesta y decorada, con mejor salud desde que mi tortuga había pasado sus nalgas tras esas puertas de madera bien pulida y reforzada con ángulos de plata, todavía se podía vivir… todavía se podía vivir… me cantaba a veces la tortuguita revoloteando por toda la casa, dejándome sorprendido y contagiado de su alegría y positivismo.
Teníamos muchas recámaras varias casi intactas también de madera barnizada en sus interiores y ornamentas como toda la casa era un brochazo que se le había caído a algún menso querubín, así caminaban los años tan rápido, así nos entreteníamos con la radio y tv con programación bien bizarra y patética, nada del otro mundo, nada nuevo, así el hogar subsistía con amplios jardines muy crecidos algunos con plantaciones, los mas apartados, en uno de los cuales había encontrado a mi amigo entero y confidente. Habían orificios abstractos por pasados derrumbes y también de los actuales o futuros, los tapábamos con madera caoba que robábamos de un vecino con cara de buey que andaba tanto de amante que no se percataba de esto, de cualquier forma a él le sobraba, verga y madera, hacíamos leña y reposábamos jugando naipes, dados, monopolio en el Sodoma, apostábamos insectos, dinero prohibido, ropa de 1500 y alcohol, mucho alcohol.
Y de repente…
Y de repente…
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